Tiene Estocolmo esa presencia de mujer madura perpetrada en mil amores, con un pasado que calla y padece, y un espíritu que aguarda ante el azote helado del mar Báltico. Por sus calles discurre una historia íntima que dejó reinados, comercios, estrategias... vidas. Tiene Estocolmo un reloj en sus manos que da cuerda a su antojo. Paseas por sus adoquines adormecidos y si la lluvia lo permite alcanzas a divisar verticales edificios que levantó la nada. Es una ciudad pequeña que duerme y sueña escondida de Europa, que transporta al viajero y lo arrebata. El mar acecha su terreno, se entromete, serpea formando islas y amenaza. Pero su tierra es sólida y robusta, inquebrantable. Enseguida atardece. Es inevitable parar en una de sus cafeterías oscuras. El calor de la leche que es consuelo, la blandura de alguna magdalena que es pecado. Después de esta tregua requerida vuelves a pisar los pasos de Einstein y Camus y echas una última mirada a su trazado confuso. Se ha hecho de noche. Un metro pulcro te conduce. Aún por la ventana se deja ver su extraña naturaleza, esa extraña mezcla entre innovación y respeto al medio ambiente. Atrás dejamos una criatura que se ilumina entregada a otra noche inconfesable. Y yo sueño.
jueves, 25 de septiembre de 2008
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2 comentarios:
Madre mia Julio, cada día me gusta leer mas tu blog. Muy bueno.
Tu amigo Manuel Adorna.
Hombre Manuel. Encantado de verte por aqui. Un abrazo
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