viernes, 22 de agosto de 2008

Cartas, relaciones, cartas


Mi ordenador era un ser maltrecho, castigado por el paso de los años y una impostura del que lo tutelaba. Tuvo una vida larga, de unos 5 años y la vivió intensamente, con trabajo y película diaria. Un día cogió un resfriado que lo fue debilitando hasta que la pasada semana dejó de existir, simplemente se apagó. Entonces me sentí indefenso, aislado del mundo, como de otra época. Caminaba sin rumbo, siempre mendigando espacio en el teclado de algún compañero, en el más absoluto despojo. Enseguida eché mano de "El jugador", una novela de Dostoievski que debí terminar hace demasiado tiempo. A medida que pasaba el tiempo el grosor iba disminuyendo y me veía de nuevo evocado al aburrimiento. Pero una mañana de tantas abrí mi buzón, el mismo que otros días me había dado cartas con otros nombres, publicidad y correspondencia bancaria, y encontré un diminuto papel que me remitía a la oficina de correos. Me hice con un autobús que me detuvo en una estación para coger otro que finalmente me apeó en la dirección indicada. Y ahí estaba. Una enorme caja verde, de unos 15 kg, con letras castellanas y familiares. Paseé el paquete por Linköping y llegué a mi cuarto, solos él y yo, con un cuchillo en la mano a punto de trepanar sus entrañas. Lo abrí sin más, estaba agotado del viaje. Por fín literatura para meses y abrigo para el invierno. Definitivamente salvado. En 15 días tendré otro ordenador. Soy un consentido. Hasta mañana amigos.

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