sábado, 31 de enero de 2009

Berlín



Llegó agotado de recorrer Europa. Le acompañaba algo de equipaje, unos pies enfermos y una extraña melancolía. Ya había estado en aquella ciudad. Atravesó sus avenidas bajo la oscuridad de un cielo herido demasiadas veces. Besó sus cicatrices sobre sus pavimentos, las bombas que aun escuchaban las esquinas, las ruinas que dejó la barbarie. Se detuvo ante el holocausto. 12 millones de humanos exterminados. El hombre contra el hombre no hace tanto tiempo. Dobló la calle acusado por bigotes espinosos. Dos imperios sobre una sola ciudad. Una ciudad quebrada, separada por un muro con cimientos de vergüenza y altura de clausura. Familias divididas aguardando, con sentimientos incrustados en los metales, con ojos ciegos a un fondo gris. Nubes que van y vienen, horizontes de cemento, 28 años de espera. Y la ciudad que no olvida, que tampoco esconde y que resurge de sus escombros. Descansó en un café de una casa ocupada. Una ciudad distinta, escondida de su historia y del mundo, ajena al resto, con una sola mirada a su interior. Volvió a pasear por sus avenidas. Aquella ciudad de noche era aun más triste.

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