El Verdugo, Plácido, El pisito, La lengua de las mariposas... ¿qué había detrás de estas históricas obras maestras españolas? La pregunta tiene múltiples respuestas por tratarse de un concepto ambicioso. Una película no es grande solo por su director, ni por sus actores ni por una producción acomodada, una película es grande por el conjunto de todos los elementos que en ella intervienen y sobre todo empieza a ser grande por sus cimientos, por un buen guión. El guionista tiene la difícil tarea de empezar de cero, de coger el texto o la idea y darles una dimensión cinematográfica para que el director tenga su herramienta de trabajo. Son los artífices de dotar a los actores de la palabra o del silencio, condicionan, en principio, el resto de la obra, y lo hacen de forma callada, sin que en la mayoría de los casos se sepa de su existencia. Esos nombres que aparecen en los créditos y a las que se le atribuye el guión de una película son seres vivientes y el pasado lunes nos dejo el que es, sin lugar a disputa, el máximo exponente en este campo de la cinematografía española, nos dejo Rafael Azcona.
Rafael Azcona tuvo más que oportunidades para entrar en el mundo de la fama, caso insólito en su oficio, debido precisamente a que dotó de esqueleto a muchas de las más importantes cintas que se han realizado en España hasta la fecha. Lo hizo siempre entre situaciones cómicas, con continuos guiños de libertad en los momentos de opresión y quitándose importancia aún sabiendo que era uno de los responsables de nuestra más brillante cultura. "Para mí ha sido una extraordinaria forma de ganarme la vida", declaró en una entrevista el que se consideraba como un artesano. Artesano, guionista, literato, cómico, amigo o cómo se le quiera llamar Azcona se ha ido en silencio como vivió para la inmensa mayoría de españoles que inevitablemente aprendimos de sus metrajes. Se va un desconocido que guardábamos en nuestro oído sin saberlo. Hasta mañana amigos.
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