lunes, 28 de julio de 2008

Buen Camino


El Camino se esparce por la loma de un bosque, otras veces irrumpe en una aldea de serenos pastos, nos conduce a cementerios de lugareños y nos apea en algún mesón de soberbio pan y tradicional cuchara. El Camino navega por riachulos de incierta procedencia, aplasta la mala hierba y se pierde entre eucaliptos que dejan pasar un breve espacio de luz. Se agradecen las tinieblas, el sol abrasa. El Camino es único pero son muchos los caminos, y al caminante siempre le acompaña una gran mochila, algo de cansancio y buena conversación. El día comenzó demasiado temprano, ya se alcanzan las siete horas de una marcha irrepetible, los dedos empiezan a cortar como cuchillas y en el resto del cuerpo rezuma algún dolor exasperante. Brevemente el resurgir de una ducha, la soledad de una cama, una botella de alvariño y otro día que se desvanece. Apenas se advierte y ya hemos coronado Santiago, en seguida el tránsito humano, el rugir de las máquinas, pequeñas callejuelas, prefiero los bosques, aquí falta intimidad. Una torre aparece a lo lejos, atravesamos vetustos trazados para que un juego de dos gaitas nos detenga ante la aplastante arquitectura de la plaza del Obradoiro. Atrás dejamos a personajes inolvidables. No volveremos a reír con Alberto Contador, ni con "El Legías" y su hijo, ni Sean Connery y Fiona, ni Ferdinam ni aquel profesor de Historia, ni El Roling, ni Ramón Sampedro, ni Aquiko (o como se llame), ni tantos otros, y por supuesto nuestras dos compañeras del Camino. Aún resta una noche en Santiago y un trepidante paseo a Finisterre pero me niego a atravesarlos. Algo de mí se quedó en aquel Camino y no quiere montarse en el tren de vuelta. Desde este momento Santiago lleva vuestros nombres. Hasta mañana amigos.

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