

Linköping es una ciudad que sueña con unos párpados entreabiertos recogidos en su estación central,
Resecentrum. Hasta aquí llegan los trenes del Norte castigados por las heladas, hasta aquí los silbidos de las máquinas del Sur que despejan meses de oscuridad. Los pasajeros se agolpan en los andenes, caminan de aquí para allá, otros descansan en los bancos o conversan con desconocidos. La llegada de alguien o esa escapada huyendo de la rutina, todos aguardan, todos ante las
vías. Aquí el tiempo se detiene. No pasan los minutos y los días se cuentan por los sonidos de los rieles. Los relojes que cuelgan de los techos detienen a la muchedumbre para marcar la gravedad de su paso, la vida sujeta a ese segundero decrépito. Reflexiones, dudas de última hora, otra mirada al Sur, una joven tras unas gafas, un anciano con andaderas, un vagabundo distraido con una lata. Un tren irrumpe en aquel silencio con las entrañas
devoradas por viajeros. Maletas, besos, estruendos, la soledad. Se cierran las puertas de la cabina. La ciudad se aleja ante los ojos que intentan detenerla y el
rum rum va recordando que todo sigue.

3 comentarios:
Ni siquiera Zola describe tan bien una estación de ferrocarril.P.A.C
Allí estábamos los dos, en aquella Navidad del demonio, detenidos ante la tumba de Zola en el cementerio de Montmartre. Ese día también cogimos un tren.
acho pijo mola como escribes, escribe un libro!
PD. ea éramos amigos :D
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