Llevo siguiendo de cerca a este atleta desde que tengo memoria. Hace más de una década, cuando consumía las tardes entre la arena de la longitud y el metal del peso, lo veía devorar el anillo de la Torrecilla veloz y risueño, insatisfecho, dispuesto a demostrarse a si mismo que podía con una vuelta más. Después fue abandonando el tartán y se dedicó a los bosques, al cuerpo a cuerpo con la naturaleza, a interpretar planos con las piernas porque desde siempre este fue su medio natural. Su vida es el deporte a cualquier nivel. No se trata de un profesor de educación física, él no ha nacido para serlo, se trata de un entrenador. Solo en sus ratos libres, el resto del tiempo es el primer jugador. Desde el destrozo físico navideño puse mi cuerpo a su disposición. Cada dos semanas me manda un plan de entrenamiento. Todas los días me obliga al desgaste sobre bicicletas, bosques o pesas. Concluido el trabajo le escribo acerca de los ángeles del lugar. Es un diario secreto que únicamente él y yo conocemos. Tú quizá no lo sepas, pero en ocasiones observo cómo atraviesas los bosques de Linköping, igual que cuando éramos niños en la Torrecilla. Veloz y risueño, insatisfecho.
domingo, 10 de mayo de 2009
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2 comentarios:
Cuante ha salido buena mi camiseta roja,eh?
Madre mía. Eso fue en nuestro primer año en el colegio. ¿Dónde está la mía de la olimpiada matemática? Siempre me jodió perder esa camiseta. Un abrazo.
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