Amsterdam te recibe con una bofetada de alguna hierba, señoritas en las ventanas y chulos en las aceras, reflejos de
neón en los canales, estancias ocupadas, serpientes en los adoquines y banderas de libertad. Yo no soy libre paseando por su distrito viril sementado de rojo corrosivo, ni soporto la hipocresía de su política permisiva, ni puedo entender en que han quedado los rincones donde
Rembrandt tomó lecciones de anatomía. Pero
Amsterdam no es solo vicio, hay una parte de la ciudad que calla, que nunca despierta y que transporta al viajero. Allí las fachadas se repiten
abalanzadas hacia las aguas, allí las calles parecen maderos dilatados, allí la oscuridad traza un camino de silencio y de misterio. Sobre sus paredes cuelgan lienzos de
Rembrandt, sus huellas nos cuentan historias de aquel loco del pelo rojo, sus lienzos también cuelgan de sus paredes. Los canales se estrechan y los puentes vuelan de una orilla a otra. Los tranvías irrumpen en la soledad del asfalto conectando todos los puntos. Un ejército de bicicletas ruedan por los carriles. Apenas existen personas. Alguien que pasa, otro que espera y nosotros que huimos. Nadie.

1 comentario:
Aprovecha macho!! vaya vida padre que te estas pegando!!, y dentro de unos dias a Berlin; pues eso a disfrutar que la vida son dos dias.
GSA
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